O puede que mis recuerdos resucitaran desde ese momento de quietud y silencio con el que se envolvía la penumbra de mi habitación, una pausa en el fulgor hiperactivo veraniego durante la que me sentía hipnotizado por la fuerza sobrehumana de la naturaleza, mientras sentía la brisa refrescante saturadada de ozono sobre mi piel tostada por las correrías y chiquilladas matutinas.
Ya entonces sabía que la lluvia se deshilacharía tan misteriosamente como había aparecido y que daría pronto paso a los rayos de sol, secando en unos minutos los rastros de la lluvia. Y yo me calzaría de nuevo mis sandalias de goma y saldría al exterior, sobre mi brillante bicicleta roja, corriendo colina arriba para poder divisar mejor al arco iris en el horizonte.
En apenas unas horas, Sergio, Ramón, Pedro y yo tomaríamos el camino que converge en la acequia abandonada con la esperanza de atrapar algun sapo al descubierto o tal vez alguna culebrilla aturdida por el chaparrón.
Esa noche, la brisa bajaría algo más fresca de la montaña, aliviando el calor de la noche. Y las estrellas brillarían con mayor intensidad, recien limpiadas sus estelas por la lluvia purificadora, parpadeando con esa nitidez que sólo conoce el verano.
Pero mientras tanto, yo permanecía inmovil, absorto, boquiabierto viendo a la vieja y nueva lluvia mojar unas horas del verano, a la espera de que los acontecimientos futuros dieran paso a un nuevo día, deliciosamente rutinario y sorprendente a un mismo tiempo, como sólo los días de verano de la niñez saben ser.
Ahora, que han pasado bastantes años como para recordarlo todo con suficiente claridad pero no demasiados como para enturbiar mis sentimientos acerca de aquellos días mágicos, me dejo llevar por los recuerdos de las misteriosas tardes de lluvia de verano.
Dejando escapar inconscientemente alguna que otra sonrisa furtiva en memoria de los cada vez más lejanos días felices de mi niñez, sabedor de que nunca volverán a repetirse.
Dejando escapar inconsciente alguna que otra lágrima furtiva en memoria de aquellos recuerdos felices, sabedor de que quedará oculta bajo la lluvia, que todo lo empapa.
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